Al principio fue el palo en la cabeza y el arrastrar por los pelos a la elegida del hombre rudo y bien velludito. Luego se pasó a la transacción más o menos comercial en moneda o en especie. Más tarde pasamos al matrimonio concertado en el que primaba la posición social alacanzable. Pasamos luego al amor cortés, en el que se trataba a la amada como una diosa, se le escribían poemas petrarquistas llenos de poética retórica. De ahí nos vamos a las cartas de amor, el juego de abanicos y miradas. Ya, más cerca de nuestra época, las cajas de bombones, las cenas románticas y los ramos de flores.
La gracia del asunto reside en que conforme nos hacemos más modernos más nos parecemos a los primitivos pobladores de las cavernas: se va imponiendo de nuevo el “Tú me molas tía” acompañado del tirón de pelos o del cachete-pellizco donde la espalda pierde su nombre.
Yo propongo que hagamos como los taxis, una lucecita verde en la cabeza que deje clara nuestra disponibilidad y sanseacabó.
¡Ay, me hago viejo!