“Medio hombre”, la pesadilla de Gran Bretaña (I)

Me dispongo a contaros aquí y en una segunda entrada la vida y obra de uno de los más grandes héroes de nuestra Historia que, como resulta de rigor en una España que más que “madre patria” es “madrastra”, sometiendo a un sistemático olvido y maltrato a una serie de personajes que, de haber nacido en otros lares, gozarían de fama inmortal, bombardeándonos continuamente con sus vidas y milagros, y me estoy refiriendo a gigantes de la talla de Colón, Pizarro, Cortés o, sin ir más lejos, Blas de Lezo, un auténtico león al servicio de España.

Nuestro héroe nació en tierras vascongadas, en concreto en la localidad de Pasajes, Guipúzcoa, en 1689. Como era costumbre en aquellos tiempos, ingresó siendo niño en la Armada, de tal manera que a la tierna edad de quince años sufrió la primera de una larga lista de heridas graves, en este caso la pérdida de una pierna por un cañonazo sufrido ante los ingleses en Gibraltar.

Tras unos años de brillante servicio, entre los que destacó la captura de nada más y nada menos que ¡once! navíos británicos (sinremedio apreciará perfectamente lo que esto significa) en diferentes encuentros y batallas, es destinado a la ciudad francesa de Toulouse (por aquel entonces los franceses eran nuestros aliados), donde sufre su segunda herida grave: la esquirla de una bala de cañón se le incrusta en su ojo izquierdo, cuya visión pierde por completo.

En 1712, cuando contaba únicamente con 23 años de edad y ya gozaba de una amplísima lista de actos heroicos, recibe la tercera de sus heridas graves: en plena Guerra de Sucesión, bombardeando la ciudad de Barcelona, recibe una herida de bala en su brazo derecho que lo inutilizará para el resto de su vida. En resumen, Blas de Lezo, aunque en plena juventud aún, había perdido al servicio de la Corona un ojo, una pierna y un brazo, por lo que no es de extrañar que, a partir de entonces, fuera conocido como “Medio hombre”.

Posteriormente es destinado al Pacífico, en concreto a las costas de Perú, que se estaban viendo asoladas por el azote de la piratería y los corsarios enemigos, mostrándose las autoridades españoles incapaces de poner freno a sus actividades. Al poco tiempo de llegar, ya había conseguido limpiar por completo aquellas aguas, hasta entonces infestadas de enemigos, por lo que se reclaman de nuevos sus servicios en Europa, ordenándosele que recaude los dos millones de pesos que la ciudad italiana de Génova le debía a España y que, hasta ese momento, se había negado a pagar. Dicho y hecho, fue llegar a aquellas aguas y, ante la amenaza de bombardear la ciudad, las autoridades italianas ceden y, no sólo pagan lo adeudado, sino que son obligadas por Lezo a rendir honores a la bandera española.

En 1732 conoce un nuevo destino: las costas norteafricanas, desde donde los musulmanes amenazan nuestro litoral mediterráneo. Al poco de llegar, se apodera de la importante fortaleza de Orán, conquista Mazalquivir y, no contento con ello, persigue sin tregua a la flota enemiga hasta que la acorrala en la costa del actual Argel, apoderándose de su nave capitana, que remolca hasta el puerto de Barcelona, donde entra triunfal.

Todo lo hasta este momento expuesto bastaría para considerar a Blas de Lezo uno de nuestros más grandes héroes, pero su enumeración palidece ante lo que sería una auténtica hazaña, y el motivo de mi segunda entrada: la defensa de Cartagena de Indias en 1741, una de las victorias más grandes de la Historia, así como una de las más desconocidas. Pero como digo, eso constituirá el tema de mi segundo escrito dedicado a este heroico marinero vasco y, por encima de todo, español hasta la médula.

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